LAS MONJITAS DEL JEEP
He aquí una auténtica aberración de la naturaleza, del circuito automovilístico, del mundo del espectáculo y del aparato religioso occidental del pasado siglo: Las Monjitas del Jeep. Toda una congregación de delincuentes comunes financiadas por la conocida marca de automóviles para promocionar sus Land Rovers con tracción a las cuatro ruedas, perfectos para huir tras cualquier robo. Disfrazadas con hábitos horrorosos, que parecen gallegas de luto, este elenco de féminas (y algún que otro hombre) se hicieron pasar por religiosas, aprovechando para atracar bancos y churrerías, arramblando con todo cuanto pillaban a mano y desbancando a su paso a varias figuras de la canción de aquel entonces, mitad de los años sesenta.
Si se fijan en la portada verán como su canción principal, el single con el que arrasaron en listas y discotecas (guateques, entonces) se titula nada más y nada menos que EL TRIPILI, canción que utilizando este sutil –para la época- juego de palabras iba dedicada a los tripis y a Pili, la Madre Superiora, la más drogadicta de todas, que ya era decir, pues eran todas unas politoxicómanas de muchísimo cuidado.
La portada es absurda como ella sola, con una fotografía a color, mal encuadrada, y otra en blanco y negro, directamente seccionada, donde podemos comprobar que en la matricula del Jeep aparece el número 69, un guiño que hacen ellas (ya que la matrícula era tan falsa como ellas mismas) a todo aquel o aquella que quisiera compartir un ratito de desfogue carnal, ya que los únicos “botos” que conocían eran los que llevaban puestos en los pies, que no el de castidad o clausura, precisamente.
En la fotografía de portada aparecen todas muertas de risa, sin mirar a cámara, no les vaya a reconocer la policía, que para algo son buscadas por la INTERPOL y la INTERMONJ.
Si observan con detenimiento verán que la discográfica aprovecha para hacer apología del cristianismo mediante un mensaje subliminal muy descarado: la cruz de colorines que divide la portada en cuatro partes. Ellas jamás se fijaron en eso.
En la contraportada, que tampoco tiene desperdicio, los de la discográfica las hunden, incluyendo espantosos recortes de prensa, como uno donde pone textualmente “las hermanitas del Jeep NO son artistas”, como diciendo que son unas mamarrachas atrevidas y con un morro impresionante, al intentar hacerse pasar por profesionales del mundo de la canción, cuando lo único que hacen es “graznar como cerdas” y ponerse continuamente en evidencia, ridiculizando a la Iglesia y a las monjas de verdad, que por otro lado se lo merecen, todo sea dicho.
He aquí una auténtica aberración de la naturaleza, del circuito automovilístico, del mundo del espectáculo y del aparato religioso occidental del pasado siglo: Las Monjitas del Jeep. Toda una congregación de delincuentes comunes financiadas por la conocida marca de automóviles para promocionar sus Land Rovers con tracción a las cuatro ruedas, perfectos para huir tras cualquier robo. Disfrazadas con hábitos horrorosos, que parecen gallegas de luto, este elenco de féminas (y algún que otro hombre) se hicieron pasar por religiosas, aprovechando para atracar bancos y churrerías, arramblando con todo cuanto pillaban a mano y desbancando a su paso a varias figuras de la canción de aquel entonces, mitad de los años sesenta.
Si se fijan en la portada verán como su canción principal, el single con el que arrasaron en listas y discotecas (guateques, entonces) se titula nada más y nada menos que EL TRIPILI, canción que utilizando este sutil –para la época- juego de palabras iba dedicada a los tripis y a Pili, la Madre Superiora, la más drogadicta de todas, que ya era decir, pues eran todas unas politoxicómanas de muchísimo cuidado.
La portada es absurda como ella sola, con una fotografía a color, mal encuadrada, y otra en blanco y negro, directamente seccionada, donde podemos comprobar que en la matricula del Jeep aparece el número 69, un guiño que hacen ellas (ya que la matrícula era tan falsa como ellas mismas) a todo aquel o aquella que quisiera compartir un ratito de desfogue carnal, ya que los únicos “botos” que conocían eran los que llevaban puestos en los pies, que no el de castidad o clausura, precisamente.
En la fotografía de portada aparecen todas muertas de risa, sin mirar a cámara, no les vaya a reconocer la policía, que para algo son buscadas por la INTERPOL y la INTERMONJ.
Si observan con detenimiento verán que la discográfica aprovecha para hacer apología del cristianismo mediante un mensaje subliminal muy descarado: la cruz de colorines que divide la portada en cuatro partes. Ellas jamás se fijaron en eso.
En la contraportada, que tampoco tiene desperdicio, los de la discográfica las hunden, incluyendo espantosos recortes de prensa, como uno donde pone textualmente “las hermanitas del Jeep NO son artistas”, como diciendo que son unas mamarrachas atrevidas y con un morro impresionante, al intentar hacerse pasar por profesionales del mundo de la canción, cuando lo único que hacen es “graznar como cerdas” y ponerse continuamente en evidencia, ridiculizando a la Iglesia y a las monjas de verdad, que por otro lado se lo merecen, todo sea dicho.
En otro recorte de prensa hacen referencia a su procedencia: Las monjitas del Puente de Toledo. Casualmente el mismo puente bajo el cual vivieron muchas de ellas, y desde el que se debieron tirar todas antes de cometer semejante desfachatez como publicar este blasfemo disco, el cual si se escucha al revés lanza consignas satánicas, entre las que se encuentra la versión original del “No cambié”.