En un tiempo no muy lejano, si al hecho de ser gay se le añadía que además eras gordo, se sumaban dos lacras, que multiplicaban proporcionadamente las situaciones de mofa y befa. Se te ridiculizaba por ser “el gordito mariquita”. El gordito, “a secas”, ya era la diana perfecta para burlas y atropellos. El mariquita, entendiendo por ello al niño –o no tan niño- homosexual con un amaneramiento obvio, era el centro de la violencia pandillera, fuera física o, “simplemente”, sicológica. Pero, ya digo, unir ambas etiquetas suponía enviar al susodicho al paredón del escarnio, convirtiéndolo en carne de trauma, suicida en potencia, despojo de siquiatras y, “cuando menos”, adulto acomplejado. También, a veces, en adulto con imperiosa necesidad de devolver tanta agresividad recibida y acumulada.
Muchos de esos niños que sufrieron en sus rollizas carnes la intolerancia de una cultura basada en el etiquetado humano, han sabido tomarse la venganza por su mano, pasando de ser el patito feo, a convertirse en el ganso grande y poderoso, de apariencia viril y estereotipadamente patriarcal, que lidera la charca y eclipsa al refinado cisne, haciendo suyos esos valores estéticos del heterosexual clásico. Paradójica forma de devolver la simbólica (y a veces no tan simbólica) bofetada.
Obesidad, tosquedad, calvicie, exceso de vello... estigmas de la imagen masculina ligada al metrosexual triunfador -y, a la postre, igualmente reducido a un cliché-, pasan a convertirse en la bandera que enarbolan con orgullo “los osos”, ese nuevo hombre que reivindica al hombre de antaño, a lo que fue el hombre de toda la vida, el hombre de siempre. El hombre.
El oso, de natural animal solitario, en su forma antropomorfa toma conciencia del adagio que anima a la unión, tornando en gregario, uniendo sus fuerzas, concienciándose y adoptando una pose inteligente y lúcida, pero sobretodo lúdica. El oso se resarce de tanto agravio y desaire. El oso se suelta la invisible melena de su rapado cráneo, e impone sus rotundas formas, tanto físicas como conductuales. El oso vuelve a ser el rey del bosque.
Incipiente o ruda, sea como sea, ya existe una “cultura oso”; un “Día del Orgullo Oso”, amén de “convenciones”, libros, exposiciones, películas, revistas... e incluso grupos musicales. He ahí los BEAR FORCE ONE, con quienes coincidí recientemente en una gala y a los que no perdí un segundo en pedir un autógrafo, pues una es un poquito cazadora y me encanta el chulo-plantígrado. ¡Larga vida al oso!
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