jueves, 9 de abril de 2009

Semana de Santa Reflexión: Diossa Sin Dios

(Artículo publicado en Vanity Gay, año 2007. Expreso mi opinión, no pretendo faltarle el respeto a personas con distinta convicción religiosa, o con una convicción religiosa, a secas, pero realizo una denuncia de la manipulación y la doble moral en la que vivimos.)



SEMANA DE SANTA REFLEXIÓN: DIOSSA SIN DIOS
Me pregunto yo, entre otras cosas, cómo diantre puedo tener la auténtica libertad de ser verdaderamente atea, viviendo en el mundo en el que me ha tocado en suerte. Y renuevo este interrogante una vez más, pronta a sufrir o disfrutar una festividad como esta que, en otro orden de cosas, deja tanto adepto en la carretera, propiciándoles la posibilidad de comprobar la veracidad, o no, de su creencia (quizá ya tarde, claro).



Y me hago esta pregunta puesto que la única posibilidad habilitada para alguien educado en nuestra fe, y que se considera no creyente, es la apostasía o “negación de la fe en Cristo”. Esto es tanto como decir que el único agnosticismo concebible es el “ateísmo católico”, que yo entiendo como un modo subliminal de afianzar en sí dicha religión concreta y que, muy a pesar de su expansión en espacio y tiempo, no deja de ser una propuesta más (y no la más atractiva) de las muchas inventadas por el hombre desde que tuvo necesidad de “el hecho religioso”, y cuyo mensaje final sería “tú tienes sólo la libertad de no creer en LO QUE HAY QUE CREER”, de tal modo que al no creer te conviertes poco menos que en un paria espiritual.

A un nivel puramente anecdótico habría que añadir que, según ciertos estudiosos del tema, el término paria sería la traducción de la palabra hebreo. Los hebreos fueron el pueblo que crearon las bases de nuestra religión por medio de la Biblia, ese estrafalario compendio de textos plagados de anacronismos, falsedades históricas, copias de otras religiones, personajes imposibles, hechos absurdos, mandatos injustos, despropósitos varios y muchos avistamientos de ovnis y astronautas o, directamente, extraterrestres.


Los postulados católicos determinan hoy día no solo la vida del microscópico grupúsculo cuasi-fundamentalista que pudiera respetarlos y vivirlos hasta las últimas consecuencias –que los hay-, posibilidad siempre respetable aunque solo fuera constitucionalmente, sino que dichos cánones dominan todos los ámbitos sociales de nuestra cultura, incluyendo parámetros personales intrínsecos, todo ello viviendo en un país supuestamente laico.


Desde nuestra más profunda escala de valores -nuestra psiquis-, a la que determina la justicia legal, desde nuestros propios nombres hasta el último refrán, de la familia al colegio (y al estado, soterradamente confesional), desde la mayoría de las festividades anuales (Semana Santa, Navidad, Patrones...) a los actos que acontecen a lo largo de nuestra vida (bautismo, comunión, bodas, funerales...), en los que intervenimos independientemente de nuestro dudoso grado como fieles de esta institución que ha manejado siempre gobiernos y conciencias, siempre, desde un primer momento hace ya varios milenios, a tenor de unos intereses creados mayoritariamente económicos y ligados a una subsistencia nacionalista que después tornaría en clasista. Un estamento dispuesto a luchar por su supervivencia.

La megalomanía que puede provocar el complejo de inferioridad e inseguridad –connatural al propio ser humano y transmutable a colectivos concretos- es razón suficiente para que toda nuestra historia –e incluso prehistoria, con sus adiposas diosas de la fertilidad, antecesoras de la mismísima Malyzzia- esté plagada de dioses de todo tipo. Pero el hombre (o ciertos hombres), que es muy listo cuando quiere, crea enseguida la figura del sacerdote u hombre-puente para mantener el discurso que fuera necesario con la deidad de turno. Esto supone enseguida la creación de un decálogo supuestamente dictado por el ente y casualmente beneficioso para según quienes, aunque obviamente siempre supondrá el perjuicio de otros. En detrimento del personal homosexual, por poner solo un ejemplo, aunque paradójicamente La Iglesia haya sido de siempre un gueto para homosexuales de ambos sexos.


No, desde luego no creo en un dios políticamente partidista, estéticamente humano, misógino, homófobo, xenófobo, violento, machista, vengativo, cruel y profundamente incongruente, contradictorio, desagradable e impresentable. Puede que crea en algo, pues como todos he sido manipulada para ello desde la primera vez que pestañeé, pero ni creo ni quiero creer en un dios que me intimida y discrimina. Muchísimo menos creo en un grupo humano que se alza con el ministerio de ese dios en la tierra, personas en su mayoría por quienes siento un profundo desprecio –acaso lástima en última instancia- y una tremenda vergüenza ajena, por todo el mal que han hecho -y continúan haciendo- en nombre del bien.

1 comentario:

Rudy dijo...

Hace tiempo no leía tanta represión junta. Espero que pronto encuentres paz. Te recomiendo vivir en los países nórdicos que tienen al protestantismo como confesión religiosa y que son bastante más abiertos y liberales que los católicos. Allí puedes hacer casi de todo... Ahora trata sí de no meter a todos en el mismo saco, ya que la iglesia no es "entera mala", aunque sí haya mucho idiota en ella.
Bueno, mucha suerte y éxito en lo que tengas que vivir en esta nueva Semana Santa.

Rodolfo,
Pastor
Iglesia Luterana.